por Hugo E. Grimaldi
Estaban el jueves último a 30 kilómetros de distancia pero, no obstante, los discursos que pronunciaron esa tarde Mauricio Macri y Máximo Kirchner, casi a la misma hora, dejaron mucha tela para cortar, a partir de que, sin quererlo, ambos terminaron protagonizando un interesante contrapunto sobre el gran dilema que enfrenta la Argentina hoy: el statu quo frente al cambio. Contraste cultural, antes que político.
Una delicia para los analistas la cuestión así planteada desde las líneas de las dos alocuciones, si se hace el ejercicio de salir un poco del día a día para imaginar los escenarios que se pueden venir, tras una agitada semana que el Gobierno está buscando enterrar rápidamente por media docena de cuestiones que le sucedieron, temas en los que quedó bastante expuesto.
Está claro que, para dar vuelta esta página, Cambiemos deberá disimular primero las caras largas y la falta de discursos alrededor de su recién nacida Mesa Nacional y sobre todo, mitigar los varios tropezones legislativos que sufrió, con algunas marcadas de cancha propias (Elisa Carrió) y también opositoras (Frente Renovador), situaciones que igualmente terminarán saliéndole bien ya desde mañana mismo, en línea con las últimas concesiones que dicen que le harán los varios peronismos que coexisten en el Congreso. Lo que suceda legislativamente en 2017 es harina de otro costal.
El caso puntual de las leyes encadenadas que le sacaron canas verdes al Gobierno tiene varias aristas para repasar:o Congreso I: cuando el lunes pasado Carrió dinamitó la Ley de Reforma del Ministerio Público Fiscal y Cambiemos tuvo que retirarla del temario a tratar en el recinto, no sólo lo hizo para evitar el papelón de la inconstitucionalidad derivada de la pretensión de correr a la Procuradora, Alejandra Gils Carbó, sino para corregir un exceso derivado de la negociación. Para conseguir los votos necesarios, Cambiemos le había entregado la presidencia de una Comisión Bicameral de amplios poderes en la materia al Frente Renovador (FR), quien inmediatamente puso al frente a la diputada Graciela Camaño.
El proyecto quedó congelado y de momento no hay chances para hacerle un juicio político a la jefa de los fiscales.o Congreso II: al día siguiente, en el recinto, pese al apoyo prometido el FR acompañó al Frente para la Victoria en la vuelta a Comisión del proyecto de Participación Público Privada (PPP), una importante llave que impulsaba el Gobierno para apuntalar proyectos de inversión, tema que había sufrido muchas modificaciones a la versión que venía del Senado para ponerle más controles a los privados. Desde el massismo dijeron que iban a pedir más correcciones, pero lo cierto es que el bloque estaba dividido. Sin embargo, una frase de Camaño sonó más a retribución de atenciones que a otra cosa: “la venganza es un plato que se come frío”.
Igualmente, la Ley va a salir esta semana (volverá al Senado), aunque en la Casa Rosada le dijeron a DyN que “si no se aprueba, seguiremos con la anterior. Queremos un mejor marco, pero tan mal no nos fue cuando hicimos las licitaciones de energías renovables”, justifican.o Congreso III: el jueves pasado no se firmó el dictamen del Presupuesto y el viernes no se reunió la Comisión respectiva. Lo que fue interpretado como otro palo en la rueda terminará en un dictamen favorable y en la aprobación en el recinto el próximo miércoles.
En otro plano, en estos días no sólo hubo tensiones con los gremios por el bono de fin de año, que aún es un galimatías de difícil resolución para estatales de la Nación, provincias y municipios, para las PYME y para el resto de los privados, sino la muy complicada cuestión fiscal, tema que le quita el sueño a muchos en la Casa Rosada y que se le mezcló gravemente al Gobierno con la pretensión de controlar el fútbol.
Así, en nombre de un menor déficit, se avanzó en la formulación de planes interministeriales para homogeneizar, transparentar y reducir las transferencias del Tesoro a las empresas públicas, que derivaron en reparos opositores sobre eventuales privatizaciones. En la Casa Rosada aseguran que en 2015 esas empresas le costaron al Estado 45 mil millones de pesos y que este año costarán lo mismo nominalmente, lo que implica ya un ahorro en términos reales, aunque van por más.
“Hoy, el principal objetivo es que un total de 25 empresas y muchas subsidiarias a las que se le transfieren recursos nos cuesten cada vez menos”, dicen en la Casa Rosada y retrucan las acusaciones de asfaltar el camino hacia las privatizaciones: “nunca hablamos de eso, pero qué privado va a querer comprar empresas que pierden tanta plata por día”, sostienen.
También para ahorrar gastos se anunció el fin del Fútbol para Todos en diciembre y aquí cabe el mismo razonamiento: qué privado querrá transmitir fútbol si no podrá cobrar abonos hasta 2019, tal la promesa del Gobierno. En este tema de tanta sensibilidad popular, la “apretada” que le hizo la AFIP a los dirigentes por televisión, que hizo acordar la aberrante metodología que desplegaba el kirchnerismo, desnudó que la política quiere seguir metiendo las narices en la AFA a la hora de instalar un nuevo presidente que, si es posible, comulgue con la posibilidad de que los clubes puedan ser sociedades anónimas.
La reunión de Marcelo Tinelli (San Lorenzo) con Facundo Moyano (Independiente) fue interpretada en Balcarce 50 como un grito de guerra, mientras que la Súper Liga quedó en el freezer y la intervención seguirá hasta que se cambien los Estatutos a gusto de la FIFA. Otro lío todo este paquete, con consecuencias graves de imagen para el Gobierno, sobre todo si hubiere que pagar para ver los partidos por TV.
Entonces, con Macri desde la responsabilidad de la función de gobierno y con tantos problemas por resolver y con Máximo Kirchner desde la comodidad que le brinda la poltrona opositora, ¿suena lícito poner en un plano de igualdad a estos dos personajes más que asimétricos de la política y comparar los discursos de un Presidente y el de un diputado? No parece muy justo intentar el ejercicio debido a sus trayectorias e investiduras, aunque, si de hurgar en sus cabezas se trata y si se eleva al segundo a la categoría de hijo de dos ex presidentes que hoy transmite la voz de su madre y abreva en la metodología política de su padre, la cosa comienza a equilibrarse.
Políticamente, hay también grandes diferencias: Macri es la cabeza de la coalición ganadora de las últimas elecciones, mientras que Máximo representa apenas a una facción que se dice peronista y que busca regresar al redil del PJ para hacerle la vida imposible al Gobierno el año que viene. El Presidente pugna para que sigan divididos, mientras que los Kirchner necesitan la unificación para encaramarse nuevamente en el poder.
Lo más significativo del asunto, lo que motiva la observación, es que, casi en simultáneo, ambos pusieron sobre la mesa no sólo dos líneas diferentes de pensamiento, sino dos maneras muy distintas de operar sobre la realidad y, sobre todo, dos mundos más que opuestos sobre el modo de integrar a los argentinos. Y ambos lo hicieron frente a sus públicos: en el Auditorio del Museo de Bellas Artes, el Presidente le habló a jóvenes empresarios sobre los desafíos del porvenir y desde un palco, en Villa Palito (La Matanza), el diputado planteó lisa y llanamente la vuelta a un pasado lleno de felicidad.
De ambos discursos surge algo más que una grieta dialéctica. Se trata de una manifestación más que evidente de dos culturas irreconciliables y, en eso, Macri lleva la peor parte porque, debido a la veta populista y corporativa que ha impregnado a la sociedad desde los años 50, ya son varias las generaciones de argentinos que suponen que el Estado es el gran protector. Y pese a que el mundo no funciona así y que está probado que cuando el brazo estatal se expande tanto deja de prestar los servicios básicos y comienza a ser permeable a prácticas corruptas que terminan beneficiando a quienes pagan y a quienes cobran, esta misma línea, bajo diferentes fachadas la vienen siguiendo desde aquellos tiempos peronistas y radicales, gobiernos civiles y militares, trabajadores y empresarios.
La teta del Estado, que se ha secado varias veces, le ha dado de comer a muchos durante todo ese tiempo bajo el argumento de que es algo “que quiere la gente”. Para sus críticos por derecha, Macri ha caído en esa trampa también y desde la ortodoxia le dicen que, por muchas de sus actitudes y por el uso de los recursos, el PRO es la versión prolija del kirchnerismo.
En tanto, el fenómeno K fue la exacerbación del populismo que, a partir del control de todos los órganos de gobierno, de la regimentación de la prensa bajo un relato único y también de un uso permanente de todas las cajas disponibles “para hacer política” y conseguir votos, pretendió avanzar hacia la inmediata “felicidad del pueblo” aún a costa de comprometer el futuro.
Y más allá de la pasión irrefrenable por los fondos públicos que hoy hace pasear por los Tribunales a funcionarios del gobierno anterior desde Cristina Fernández para abajo, citaciones que llevaron a Máximo a decir que ahora “no vengan los Macri, los Sturzenegger o los Magnetto a corrernos con la vaina de la corrupción”, lo cierto es que el descontrol de la receta kirchnerista, la que se tragó el más fabuloso ingreso de divisas comerciales de la historia, derivó en un gasto pavoroso y en una emisión sin límites que terminaron fogoneando la fábrica de pobres y desesperanzados que encontró este gobierno.
El macrismo, en tanto, ha pretendido cambiar los paradigmas y apostar al mediano y al largo plazo como factor de progreso social, aún a costa de los sacrificios del presente. Para hacerlos menos duros optó, después de varias dudas en el medio y de alinearse con el Papa, seguir la receta gradualista, sobre todo para mitigar los males sociales.
Los resultados electorales y las minorías resultantes en el Congreso, palpables restricciones políticas que le impiden vuelo propio y lo obligan sobre todo a conceder, hicieron que Cambiemos transitara el camino de la negociación, aunque sin abandonar el punto de mira: “La Argentina necesita de la capacidad que ustedes tienen para transformar el país. Los protagonistas de nuestro futuro somos nosotros, los argentinos”, arengó Macri al auditorio de jóvenes de las diferentes organizaciones empresarias.
Lo concreto es que los dos discursos pusieron explícitamente las cartas sobre la mesa sobre los dos modelos que hoy siguen jugando el partido. El mérito de ambos disertantes fue no esconder sus propósitos. Tampoco Sergio Massa lo hace cuando habla de la “ancha avenida del medio”. La sociedad, que tiene bastante en claro las diferencias sobre qué es lo que se juega, dentro de poco empezará a ser bombardeada por la propaganda electoral. Más allá de las promesas están el regreso al bienestar kirchnerista o seguir hacia adelante para encontrar el pote lleno de oro al final del Arco Iris. Bien de fondo el dilema de todos.
DyN.